La culpa no es solamente de la cultura del mundo. Mucho de nuestro cristianismo evangélico se ha forjado en una piedad que enfrenta la relación personal con Jesús contra la iglesia visible y su ministerio público. Parte de ello se debe a que los evangélicos hemos querido evitar (lo cual es bueno) el compromiso nominal y el formalismo. Pero en el proceso nos hemos inclinado —especialmente desde el Segundo Gran Avivamiento del siglo XIX— a criticar los oficios formales de la iglesia y los medios ordinarios
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